En el capítulo dedicado a la historia de las políticas culturales en el país, Manuel Caballero revisa la etapa del mecenazgo gubernativo, del florecimiento folclórico (¿folclorista?) de la cultura, de los terribles atrasos del militarismo y los grandes logros no terminados de atribuir a la democracia. Todo es lúcido y claro. Pero lo más importante (y lo sé porque lo vivo a diario) es su llamado a reformar el Estado, ese monstruo de «tamaño pesadillesco» que él compara con el catoblepas, animal mitológico condenado a comerse sus propias patas en la densidad del pantano.

Hoy, más que nunca, vivimos esa «administración caduca, ineficaz, arterioesclerótica» que denuncia Caballero y que condena a unos a la linsoja parasitaria, a otros al enfrentamiento interminable y a otros más a la justificación y al desgaste. La cultura dede el sector público, más que un monstruo, es una princesa con hemofilia. Es sana, rozagante y hermosa para los que no se le acercan.

Caballero