La primera impresión que me depara la lectura del libro de Zakarías Zafra Fernández es la de estar en presencia de una voz poética capaz de integrar lo que parecen visiones y experiencias personales, en un intenso cuerpo verbal que las trasciende. El autor le ha cedido la palabra al poema para que éste disponga de sus emociones y se convierta en el centro del otro lado de la sombra.“Conciencia del lenguaje”, le decían hace unas décadas. Así, el camino es textual y literario, y sus íntimos referentes, sin borrarse, han pasado a ser universales. Habrá rastros, como en toda senda pisada por el hombre, pero nada que no se encuentre reinventado por la letra.
Creo que Al otro lado de la vía oscura es una valiente apuesta por la palabra. Con esta frase sola digo muy poco (o nada), si no añado que Zakarías, joven de veintiocho años, con buenas lecturas en su haber y con indudable talento para la escritura, ha decidido que la palabra poética hable por él y ventile su alma. Le ha dejado a ella lo que podría haber elaborado con su inteligencia y con afán de claridad. No es que le haya dejado todo –advierto-, pero le ha dejado mucho, quizá lo principal: iluminar el territorio más oscuro al otro lado de la vía, ese lugar donde aparece lo que Drummond de Andrade llamó hermosamente el “claro enigma”. Y, a propósito del brasileño, es posible que Zafra Fernández para llegar a este libro, conociéndolo o no, haya seguido un consejo de Drummond: vivir con el poema antes de escribirlo. Lo que podríamos llamar su eficacia expresiva, parece confirmarlo.
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Aunque el autor no se encuentre todavía “nel mezzo del cammin”, sabe ya de selvas oscuras y del dolor de escribirlas (“è cosa dura”, dijo Dante). Como a muchos, también le ha tocado “esta selva selvaggia e aspra e forte/ che nel pensier rinova la paura!”. Sabe también algo que nos recordó Eduardo Milán en uno de sus ensayos luminosos: que lo oscuro es una apertura y no una tiniebla metafísica vedada a la poesía (Resistir, FCE, México, 2004).
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En los primeros versos algo nos “ahoga y quema”:
al amanecer
seremos fuego y asfixia
ojivas de sangre en la cercanía del horizonte
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Es la invasiva imagen de un dolor que el poeta estima “inenarrable”. Para expresarlo, apela al “seudónimo del olvido” (“…soy una verdad improbable/ otro nombre en desuso”, dirá más adelante) y, tras despegar sus “huellas digitales” y cambiarse el rostro, comienza la travesía, la temporada en el infierno (“el destierro” y “la aridez”, escribe), no sin antes mirar hacia el reino del afecto y afirmar que “Dios prohíbe el odio” y que “la madre es noble”. Quizá, de esa mirada provengan estos versos:
mi alma está serena
un eclipse pasivo
me da su sombra
siempre hospitalaria
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Combinando verso libre con prosa poética, Zafra Fernández logra componer un discurso único. En sus textos una máscara del autor, además de hablarle a otro personaje, se habla a sí misma y nos habla a nosotros. Pienso que la distribución espacial de ese discurso, deliberada o no, algo tiene que ver con la cultura musical de Zakarías. Sus anotaciones son notaciones. Las letras marcan su ritmo en la página, sin que falte en la partitura un elocuente lugar para el silencio.
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Las estancias en prosa son como una especie de espejo que muestra lo que ya hemos visto, pero también lo que no está en los versos. Discurren a otro ritmo, interpelan al otro y se interpelan. Procuran el diálogo, a sabiendas de que es ilusorio. Reiteran el tema de la soledad y repiten palabras, porque, además de espejo, son también un eco.
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deseo la vida recurriendo a los encuentros a la ampliación
de mis meditaciones mi dolor es tal porque reversa
la lástima y sublima esta acritud esta garganta resuelta
en sangrados fúnebres esta muerte del afecto este odio
que nos convoca y nos hace partícipes del vacío a esto
respondemos como sapiencia y traición última búsqueda
que hacemos de nuestros refugios citas debajo de la
tierra encuentros donde los campos hacen sequía y las
palabras desierto y la soledad va transitando la vía oscura
donde nadie te espera donde otros te odian y al
llegar descubren tu carne a pedazos vas dormido sueñas
olvidas no lloras desconoces el lenguaje sensible y tiemblas
figuras tu guerra y te opones a quién solo gritos e
interrupciones amables caída y borrada del pasado con
trazos dolorosos y sangrados fúnebres como traición
del afecto afanosa soledad que va caminando debajo de
la tierra y rueda sentada contigo que sueñas por la vía
oscura donde todo será olvido desierto refugio de esta
mejilla izquierda donde plantas mi dolor o tu guerra
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Como todo viaje espiritual, éste también ofrece la vieja enseñanza cavafyana, que no por repetida, puede dejar de mencionarse: el viajero no encontró lo que buscaba porque lo que buscaba era el viaje mismo.
Leamos:
ya no puedo más perseguirte
eres como una brisa involuntaria
donde al final me descubro
estoy jugando al espejo
te auguro una
imagen de mí
que nadie ha visto
(y que nadie quiere)
mi aura está impura
juego a tientas contigo
¿quién hallará la luz primero?
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El rostro de uno es el espejo del otro. También el lector especula y recuerda a Borges para decir que detrás del rostro que nos mira no hay nadie, sino un montón de espejos rotos. ¿Eso también es jugar al espejo?
Si no hay nadie, por lo menos hay silencio y luz indescifrable.
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“Eterna soledad”. “…afanosa soledad que va caminando debajo de la tierra”. “En la noche demasiado eterna”. “Las amenazas demasiado grises y demasiado eternas”. Son frases que subrayo, porque creo que la vía oscura y su otro lado, conforman también un eterno laberinto de la soledad. Si alguien se preocupara mucho por el tema del libro, ahí tiene una pista para aproximarse.
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He retenido unos versos que me hacen pensar en una especie de autoironía, pero también en lo que podría estar detrás de la visión alucinante y fugaz de unas figuras estampadas en los vidrios:
salgo, tiento
experimento la vacuidad sobre la textura
**
hay una grave tristeza en el aire
la humedad se inscribe en los vidrios
haciendo retratos familiares
pero ninguno de ellos permanece
Más adelante, otra visión nos presenta una imagen de la casa, en esa mezcla de ficción y realidad, que parece tener todo en este viaje y que me resulta fascinante. Me refiero al polvo que cubre los muebles de la casa, mejor dicho, a los muebles de la casa, con o sin polvo. Son objeto de una angustia porque parece que están llenos de recuerdos.
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Vuelvo ahora a la desnuda lucidez de esta página:
estoy solo como tú que te consumes
perseguido por tu propia estela
instinto animal de los que te devoran
huí del mal
huí de ti
pero la conciencia no tiene alivios
hoy esperamos el hundimiento
hoy huelo tu sangre tostarse
en la lengua de tus adversarios
no somos los únicos
entre nosotros
alguien
repite
el dilema vulgar del inicio
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El poema se inicia en un amanecer y concluye en otro. “Escribo para recorrerme”, decía Michaux. Y eso hizo Zakarías en este libro, a partir de vivencias que, con lucidez inalterada, traspuso a una dimensión universal, sabiendo de antemano que en su término no había menos oscuridad que en el principio, ni menos desolación que en el desierto. Celebro la sobriedad de ese tránsito y su discreta valentía.
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En las líneas fínales nos espera la revelación de una carta marcada:“…el poema es una senda/ el único lugar en que me escuchas”. Y lo es, por ser, a la vez, el punto más oscuro y más claro de su experiencia.
El poema es también senda (“selva selvaggia”), camino, lugar de encuentros y de desencuentros. Fue dolor y ahora es palabra.
Lo que amanece en el libro no es “fuego ni asfixia”. Se llama poesía.
Freddy Castillo Castellanos
Barquisimeto, 15 de mayo de 2015
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ZAKARÍAS ZAFRA FERNÁNDEZ. AL OTRO LADO DE LA VÍA OSCURA. Ediciones del Movimiento, Colección Volante, Maracaibo, 2015