Quién sabe si el designio de la musicalidad, la nostalgia desordenada y bulliciosa de las calles, las memorias que subrayan líneas frágiles y deslumbrantes, han hecho que Barquisimeto sea un cuerpo apetecible para el poeta. Ya por vibración, ya por resonancia, esta ciudad ha forjado en sus poetas un timbre particular que, resistiéndose a lo corriente y lo ampuloso, ha sabido insertar el asombro, la fatiga, incluso la inocencia, como ecos naturales (notas, digamos) en su composición.
No por predilección genérica, sino por mirada necesaria a nuestro devenir escritural es que comenzamos en clave poética. En Barquisimeto y el estado Lara, la tradición antológica ha encontrado en autores y críticos como Ramón Querales, Pascual Venegas Filardo, Esteban Rivas Marchena, Yeo Cruz y José Antonio Yépez Azparren extraordinarios misioneros. Ellos, con juicios diferentes (válidos en sus contextos), pero con el mismo empeño de insertar la poesía larense en los tramos de lectura del país, han hecho circular publicaciones que hoy constituyen hojas de ruta obligadas para adentrarse en los terrenos de la literatura regional.
Entre todos los anteriores, y dada su similitud con los motivos e inquietudes que inspiran la preparación de esta publicación, nos detendremos en un trabajo antológico de Ramón Querales que no deja de despertar nuestro interés: Jóvenes poetas de Lara y Yaracuy. En este libro, Querales reúne a 25 poetas jóvenes, inéditos y publicados, menores de cuarenta años en su mayoría, con desarrollo de buena parte de su trabajo creativo y de promoción literaria en la región. En él se dan encuentro nombres que pasarían más tarde a ocupar sitiales de importancia en la literatura nacional, como Luis Alberto Crespo, Gabriel Jiménez Emán, Álvaro Montero, Orlando Pichardo, Antonio Urdaneta, y otros que nos exigen una necesaria relectura, como Tito Núñez Silva, Jesús Pavón Juarez, Efraín Cuevas, Ramón Rivasáez y Jesús Enrique Barrios.
En sus notas introductorias, Querales destaca la “notoria escasez de narradores” en la región (lo que, curiosamente, vendría a confirmar la naturaleza esencialmente poética de este lado del país), aborda las preocupaciones temáticas de aquella generación de novísimos (no muy distintas, por cierto, a las que avivan a los nuestros ahora), y reflexiona en torno al mal que aún persiste: la difusión literaria en las regiones del interior-del-país.
Dice en su prólogo:
“Pocos, de los nombres que presentamos, son conocidos en el ámbito intelectual venezolano, lo cual es una característica de la actividad literaria que se realiza en Lara y Yaracuy: su no planificado aislamiento, su indiferencia a la participación en los afanes de difusión y publicidad que parece enajenar a otros centros literarios del país. Estos poetas larenses y yaracuyanos escasamente se ven publicados en las páginas o revistas literarias, pese a mantener con ellas una cierta comunicación, amistosa principalmente».
Y luego atraviesa la estocada:
«Escriben, discuten, actúan con gran apasionamiento y su marginamiento es doble: del resto del mundo intelectual del país y de los centros institucionales de la región».[1]
Esto, en treinta años, ha cambiado solo parcialmente. Es verdad que hoy se lee más literatura venezolana que hace, por decir lo menos, dos décadas. También es cierto que la crisis del sector editorial, el estancamiento económico y las dificultades de importación, aunado a un nuevo estallido de la creación literaria nacional y la consecuente aparición de numerosas obras de innegable calidad, han hecho que las editoriales vuelvan la mirada y apuesten a lo que se está escribiendo aquí. Las oportunidades de lo digital, por otra parte, y la apertura de espacios y medios alternativos para la promoción de la lectura, agregan también coordenadas de valor para la construcción de ese “país literario” que buscamos.
Pero, infelizmente, el centralismo cultural aún persiste como esa especie de dolencia congénita que la propia burocracia, las redes institucionales e incluso las representaciones de nuestras propias ciudades no han podido sanar. Muy pocos de nuestros autores (para no caer en el exceso del desgarro) son leídos más allá de sus entornos naturales de creación. Si acaso alguna reseña, alguna resonancia por premios menores, o la participación en festivales y lecturas públicas que les dan visibilidad momentánea. Pareciera que, a pesar de nuestro asombro, persisten instancias centrales de legitimación.
Invitar a (re)conocernos y leernos en plural, mostraros en el mapa y salir a la calle de la nueva literatura venezolana es lo que buscamos con esta modesta reunión. Las antologías de nuevas voces, como esta, son siempre estimulantes a la par que arriesgadas. En ellas se exponen pensamientos sin asideros, estéticas inestables, lenguajes por construir, pero también descubrimientos fascinantes, destellos y enunciaciones irrepetibles, que auguran un estilo con dos futuros posibles: la joya triunfal de orfebrería o el diamante ciego de la inconstancia.
Episodios de rebeldía, amor y violencia, alusiones a la capital de las luces, del desvarío y los excesos, invocaciones a la ciudad del extrañamiento, de la no pertenencia, del desarraigo que nos orienta por mandato de aquella condición garmendiana de “pequeños seres”, son tonalidades propias de los textos poéticos y narrativos que conforman esta antología. La preocupación por la muerte y la soledad, el enigma de los parentescos y las relaciones filiales, la dialéctica infancia-vejez, el erotismo y la experiencia sexual poetizada, son temas también recurrentes. Con despliegues especulativos y metaliterarios, reflexiones sobre el oficio, recuentos de elementos e historias sensoriales, menciones a lugares —y personajes— del afecto, se logra unir la experiencia fecunda de un lector/residente con la del creador/habitante.
Los textos son recientes, precoces algunos, y tienen la consistencia propia de las primeras líneas. Parecen, en su mayoría, fragmentos de un trabajo más grande, relámpagos de una creación tímida que aún no se atreve a estallar. Otros representan un primer intento, temprano y arriesgado, en la creación literaria. Si continúan, podrían alcanzar la madurez y el reconocimiento. Si no, podrán guardarse la suerte de un buen comienzo.
Sabemos bien que esta no es una muestra total de lo que se está escribiendo hoy en Barquisimeto (la injusticia propia de toda antología se equilibró, para fortuna nuestra, con el criterio de tres escritores de oficio y trayectoria: Xiomary Urbáez, Freddy Castillo Castellanos y Luis Manuel Pimentel, quienes seleccionaron estos 24 textos de entre un caudal de autores postulados en convocatoria pública), pero sí da cuenta del entusiasmo y la naciente pulsión de una nueva generación de poetas y narradores que, sin conocerse, sin planteárselo siquiera, va buscando su puesto en el turno histórico y literario que le corresponde.
Sirva entonces este cruce de doce con doce, este grito polifónico desde la esquina del papel y de la calle para darle a la ciudad un eco que perdure, un torrente que dibuje nuevos cauces para el encuentro del decir y el tiempo.
Zakarías Zafra Fernández

Esta fue la presentación que escribí para la primera edición de esta antología, una muestra de 24 poetas y narradores contemporáneos de Barquisimeto que tuve el placer de editar y publicar desde la gestión cultural de la Alcaldía de Iribarren. El libro puede descargarse libremente en PDF aquí.
* [1] Ramón Querales. Jóvenes poetas de Lara y Yaracuy. Fundarte, Caracas, 1980. p. 7
* Ilustración de la portada: Sara Viloria (Saloria)