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Familia. El exilio recompone los parentescos. Fortalece nuevos vínculos sin los lazos de la sangre. Amistades que jamás se hubieran juntado en el país de origen, de pronto adquieren un sentido nuevo en el centro de la ajenidad. El desarraigo inventa otras raíces. En ese nuevo país que es el exilio hay también nuevas relaciones que no parecen sustitutas ni juegos de familiares postizos. La distancia hace lo propio con los que están lejos: algunos pasan al olvido, otros quedan en ese lugar estático, intocable, de la memoria. Los amigos son la familia funcional en el exilio. Son los productos de esa fábrica de nuevos significados que se enciende al emigrar. Por eso se me antoja pensarlos como un molde nuevo: cuerpos llenos de memorias por construir, hábitos comunes, simulaciones en la soledad.

Fiesta. No hice reuniones, no organicé despedidas de lugares ni de personas. Un “orden secreto”, propio de las cosas a punto de desprenderse, se encargó de eso. El lunes me despedí de dos viejos amigos que salían del país el mismo día que yo. También vi a mi papá, duro y estático como una calavera. A todos, “por casualidad», los encontré ese día. Y era verdad: las despedidas tienen programas, ritmos, correspondencias. Piruetas ocultas. Mi cuerpo ido y el de ellos, los que se quedaban, comenzaban un baile. Una coreografía que aún hoy me persigue y me fascina.

Frontera. Una intuición de límites. No solo territoriales, sino corporales, lingüísticos, vivenciales. Pienso las fronteras bajo la idea de traspasos e hibridaciones. Un lugar que funde las puntas de lo que acaba y lo que inicia. Una frontera es un túnel espeso. Emigrar supone traspasarlo a ciegas, cumplir un itinerario donde todos los límites son burlados. La gran ruptura de los bordes. La disolución de las seguridades dentro de una zona de interpretaciones confusas, múltiples, contrastantes. Salir del país es vivir permanentemente en esa liminalidad donde los territorios, los cuerpos, las lenguas, son una zona de tránsito.

Fuga de cerebros. Una idea antigua que designaba la huida de personas capaces. La movilidad humana desde la perspectiva única del desangramiento: como si los más aptos fueran “propiedad” del país y se fugaran. Como si se tratara de un recurso natural que como el gas o el agua se escapa por las tuberías de la emigración. Jamás se pensó en la multilateralidad, en el derecho de las mentalidades a reproducirse de lado y lado, en la expansión de los límites de un país a través de sus diásporas profesionales, en esos otros retornos. La discusión puede encaminarse hacia un lugar más tentador: libre circulación de saberes, creadores transnacionales, intercambios, vaivenes.

Zakarías Zafra