El poeta que grita y retoza con su propia contextura, ya desorientada y efímera. El hombre que renuncia a la euforia para ser animal desoído, fruto de la tierra, eco de lo que se ignora o se presiente. El perro citadino que deambula entre los escombros de lenguaje y dialoga con las ánimas insurgentes de un Álvaro Montero por las calles de Barquisimeto, se entrecruzan en la escritura de Juan Miguel Rojas, una de las voces más originales de la novísima poesía larense.
La suya es una poesía lacónica, breve, desprendida de cualquier artificio de grandilocuencia. Es urbana, en tanto la ciudad se inserta y se despliega en el lenguaje. En su fugacidad se percibe el caos, el cansancio, la incomunicación y el agotamiento de todo ser que ocupa/padece la urbe. El poeta vive en la “Melancópolis”, especie de paraciudad de anclajes y desarticulaciones afectivas, y la atraviesa. Se hace habitante y ciudadano, la invade y la renombra con el talante del hombre cansado, insurgente, pero cansado.
Mañana vuelvo a ser pieza/del rompecabezas que lo nombra todo, insiste desde su fragmentación vital, íntima y solitaria, que también remite a un nosotros como separación y como golpe. Su yo poético está solo, encerrado entre la “misantropía y la taumaturgia”, y nada le queda sino decir, “vivir a veces” como anuncia Elmer Szabó, referencia próxima, además, al devenir escritural de Juan Miguel.
Aunque todas las señas parezcan conducir hacia allá, no podría acusarse de oscura ni hosca la poética de Rojas. Tiene, sí, una opacidad particular, una declinación de luz parecida más a un conocimiento (y sus secuelas) que a una desesperanza (y sus parálisis). Hay una especie de rasgadura de la fantasía, un desencanto inteligente que se apropia del mundo sensible con una inquietante lucidez.
En toda la obra de Juan Miguel hay melancolía, pérdida y ofuscación a la vez, ocultadas en un lenguaje desenfadado, cercano al minimalismo y la austeridad. Es una poesía desnuda, que desde su dureza le hace obsequios a la inexistencia: yo he estado aquí/antes/varias veces, dice en otro de sus poemas para registrar ese lugar donde la vacuidad envuelve los propósitos y se hace origen, futuro y retorno.
Su decir es el trance que se aparta de todo (y lo tropieza) para renovarlo. Es el gritar, el ladrar como oficio indistinto de quienes, como ellos, perros inmortales o coyotes, “raza común de adoloridos” (Álvaro Montero dixit), no les queda otro territorio que la garganta para rodear el vacío y sus esquinas.
Este el prólogo a la selección que hice de la poesía de Juan Miguel Rojas para la 7ma Temporada del Stand Up Poetry de Inspirulina. Entra acá para leerlo en su contexto original, así como los diez poemas que conforman la publicación.