Hace un año, algunas semanas después de mi TED Talk: Palabras para resistir, el Diario Reforma de México me hizo esta entrevista que comparto aquí en forma de conversación. Perdí el archivo original de la publicación en el diario, pero recuperé el documento con el texto y aquí lo reproduzco tal como se difundió en las páginas del periódico.
R: ¿Qué vale la palabra de un político?
ZZ: El precio que, a veces, impone el mercado de las encuestas.
¿En qué momento le perdimos el respeto, el valor a las palabras?
El valor de las palabras se debilita cada vez que se las usa como simples utensilios de transmisión de mensajes y se descuida su dimensión simbólica para construir realidades. “Perder el respeto”, ahora, me parece una frase peligrosa. Más que respeto, creo que hay que tener intimidad con las palabras. El respeto las aleja, las convierte en pedestales, y ahí, otra vez, se montan como estatuas inmóviles, sobrehumanas, inalcanzables: Patria, Honor, Gloria, Pueblo, etc.
¿Se ganan elecciones con discursos?
Por supuesto. Y Venezuela es un claro ejemplo. Desde la madrugada del 4 de febrero de 1992 -cuando Hugo Chávez apareció en televisión después del fallido Golpe de Estado- hasta la noche del sábado 8 de diciembre de 2012 -cuando dio su última alocución al país-, se construyó una gran épica discursiva que sostuvo -y sostiene- al chavismo en el poder. Un gran blablablá heroico, hecho de palabras resemantizadas, desmemoriadas y monopolizadas por un programa de Gobierno. ¿Que si se ganan elecciones con discursos? Sí y más. Las elecciones son también votaciones de discursos.
¿Sigue siendo la palabra un arma política?
Más que un arma, un mecanismo. En estos tiempos de política espectacular, la palabra tiene rasgos de utilería. Hoy se parece más a un artefacto para hacer y deshacer políticamente.
¿Qué hace que un político logre conectar con el electorado a través de sus palabras?
La capacidad de reconocer -y replicar verbalmente- los esquemas aspiracionales de la gente, el saber distinguir -y reusar- los patrones que guían las conversaciones públicas, una intuición para captar -y reexpresar- inquietudes populares y, en fin, una destreza para leer -y reescribir- las agendas comunes de la ciudadanía. Suena conspirativo y, en cierta medida, exagerado, pero el político es un actor que compone y recompone su propio discurso a partir del output de las encuestas. En ese sentido es un predicador y un dj: intuye lo que la gente quiere escuchar y, en plan de agente ex-auditu, lo va poniendo en palabras.
¿Por qué es más fácil decir «build the wall» que proponer una política coherente de inmigración?
Porque los discursos de negación al diferente, al extraño, son en el fondo más cómodos. La tolerancia es exigente. Requiere conocer, aceptar, incorporar prácticas, identidades, símbolos, que muchas veces sacuden los propios. Antes de desmontar prejuicios y de emprender el trabajo “agotador” de entender la diferencia, resulta más fácil amurallarse. La ficción de un muro, al final, parece más redituable que una promesa de pedagogía social. Además, “protegerse de los otros” genera votos. Recupera los principios más básicos de lo tribal.
¿Te asustan los discursos que ves en México?
Estoy todavía muy asustado por los discursos que veo en Venezuela. Aún no sé cómo distribuir ese miedo.
¿A dónde nos lleva el discurso del odio?
A la más eficaz de las estrategias de confrontación: la ceguera emocional.
¿Por qué es tan efectivo?
Porque no reclama su poder sobre un solo odio. Creo que opera por acumulación de malestares, resentimientos y frustraciones ancladas en distintos lugares de la experiencia individual. Cada quien tiene pequeñas formas de odio que terminan alquimizadas en un odio conducido por el discurso. Es la herida particular inscrita en el programa del odio discursivo. Un odio que es enseñado a odiar.
¿Qué le hace el poder a la palabra?
La vacía, la desmemoria, le purga la sustancia. Es lo que, todavía tempranamente, he querido llamar el saqueo semántico: una operación imperceptible con la cual el poder ingresa a la médula de las palabras y las saquea. Podría parecerse al robo de una casa: la fachada -el significante- queda intacta, pero todo el interior -el significado- fue desocupado.
Dijiste «Nos dieron patria y nos robaron un país», ¿a qué te refieres?
Todos perdimos un país en la palabra “patria”. Me refiero, justamente, a esa operación de secuestro de la palabra. De pronto la patria se convirtió en el espacio restringido de un sector de la población de Venezuela que compartía las ideas del chavismo. Todos los que de alguna u otra forma lo adversábamos, quedamos fuera de esa patria. Con palabras como apátridas, traidores, fuimos expulsados de ese orden y de esa “tierra prometida” que siempre estaba en remodelación. El país, entonces, entendido como la suma de diversidades y divergencias, desapareció para darle lugar a ese sustantivo gigante en sonoridad pero reducido en acceso, en donde solo entraban los admitidos por el poder.
Si una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, ¿cómo podemos distinguir la mentira de la verdad?
Hay evidencias, hechos, testigos, documentos, historias, que son dispensadores de veracidad. Pero, ¿dónde está la verdad? ¿Qué es la verdad? ¿Quién la dice? ¿Quién la descubre primero?¿Por qué no pensar, más bien, en un mosaico de verdades? Yo diría que la duda es un lugar sano desde el cual mirar; la desconfianza, no entendida como el deporte extremo de lo escéptico (que, paradójicamente, conduce a ficciones conspirativas muchas veces asumidas como “verdad”), sino como el ejercicio del contraste. Si no se conocen otras realidades, si no se pone la propia en remojo, lo que se hace es fortalecer una muralla sobre una supuesta verdad única -la conocida- que, lamentablemente, puede estar construida sobre un millar de repeticiones sospechosas.
¿Nos gusta que nos engañen? A veces las elecciones parecen una obra de teatro del absurdo en la que el público ya sabe que lo están engañando, pero igual se emociona.
Porque la emocionalidad tiende a alimentarse, si no de engaños, sí de acomodos a su propia lógica. La emocionalidad busca sentir, no entender. Y, a veces, las mentiras conmueven más.
Define la democracia en 140 caracteres.
Un sistema de divergencias que converjan para garantizar la divergencia. Un régimen donde las minorías varíen y las mayorías se equivoquen de vez en cuando.
¿Qué es hoy el populismo? Me impactó aquello de que la tiranía se esconde en palabras vacías.
El populismo es el gran entertainer de nuestra época. No solo es la gran vedette, sino el principal espectador de nuestro show de inmadurez política.
Dices que la dominación comienza en el lenguaje, ¿no es así con el amor también?
Decía Barthes: Querer escribir el amor es afrontar el embrollo del lenguaje: esa región de enloquecimiento donde el lenguaje es a la vez demasiado y demasiado poco. Pienso en el amor como un gran continente de lenguaje(s) y tiemblo. Supongo que a eso -también- se refería Barthes. A la palabra enloquecida que inaugura y que, a su vez, no puede abarcar lo que crea.
¿Cuál es la primera palabra que aprendiste?
Me encantaría decirte que temporalidad, proporción o pérdida, pero supongo que fue mamá, Celina, o una construcción más económica: tete.
¿Cuál es tu favorita?
Herida.
¿Cuáles quieres que sean tus últimas palabras?
“Lo intenté, ¿verdad?”
¿Cuál puede ser nuestra defensa ante el discurso político? (por aquello de que el discurso invisibiliza)
Yo diría que ejercitar la curiosidad y la duda. No subordinarse de entrada al discurso que, por cualquier razón, nos es más afín. Andar con cautela pasa también por intentar desarmar -al menos provisionalmente- lo que se escucha: quién lo dice, por qué y desdedónde lo dice. Y sobre todo hablar, conversar, hacerse de un habla propia, íntima, capaz de establecer vínculos personales, lejos de las grandes palabras de la politiquería.
¿Cuál es hoy tu patria?
María Zambrano decía que la patria no es aquello que se deja atrás, sino algo que se trae consigo. Eso les da pie a algunas intuiciones. Mi patria está buscando lugar en la memoria y en el cuerpo. Tengo un país íntimo en traslado.
¿Qué es resistir con palabras?
Hacerse de un habla propia, no calcada de la agenda del poder. Es intentar renombrar las cosas con la exactitud de lo cotidiano. Frente a patria, casa; frente a pueblo, gente; frente a Revolución, construcción; frente a Victoria, trabajo… y así.
Dame dos palabras para sobrevivir al 2018.
Conversación y Contraste.
¿Cuál quieres que sea tu epitafio?
“Voy en camino para allá”.
Una duda, poeta: ¿en el amor quién tiene la última palabra?
Supongo que quien pide el taxi.