Señor, ayúdame.

Nuestro camino es una cacería sangrienta.

Nuestra sangre cubre las tierras mexicanas.

Nuestro destino, un secuestro y dolor para nuestras familias.

Ernesto y Vicente. Canción[1]

Mercaderías humanas: cuerpos con valor de cambio. Centenares de invisibles trepándose a un animal de acero que comunica las fronteras entre la vida y la muerte. Cinco mil kilómetros de recorrido y una máquina que transporta mercancías y personas, que lleva y esconde, que vende y distribuye, que mutila y desaparece. La imagen de los migrantes centroamericanos subidos a los gigantescos trenes de carga para llegar a Estados Unidos es, por mucho, la postal viva de la desigualdad continental. No es solo una realidad trágica sin posibilidad de acomodo: La Bestia es el relato de una deshumanización normalizada. La crónica de una cosificación masiva.

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Arriaga, Ixtepec, Medias Aguas, Tierra Blanca, Orizaba, Veracruz, Lechería: semanas o meses de travesía a bordo de lomos metálicos de menos de dos metros de ancho; diez, quince transbordos mortales para cumplir el viaje; doscientos, quinientos, dos mil migrantes subidos a vagones abarrotados de materias primas, chatarra, granos, productos químicos y mercancías.[2] La Bestia -o Las Bestias- ha sido el medio de transporte de los transmigrantes invisibles desde 1995.

Para la historia oficial-massmediática, se trata de un sistema de carros de carga que van desde Chiapas hasta la frontera norte de México y que, con distintos puntos críticos a lo largo de las décadas, es usado comúnmente por “ilegales” centroamericanos para entrar a Estados Unidos a espaldas de la vigilancia. Para la historia mínima de los migrantes, esa que suele no sumar líneas al gran discurso de la información pública, es un trayecto infernal que abarcaría desde Tecún Umán hasta Los Ángeles, por citar algún caso afortunado, pero que también podría acabar en albergues de lisiados, en centros de detención migratoria, en deportaciones sucesivas o en fosas comunes. Su segundo nombre es el Tren de la Muerte, aunque por las pérdidas corporales, materiales, simbólicas, espirituales que registra, se acerca más a un Tren de las Muchas Muertes.

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Las pateras con cientos de migrantes africanos frente a las costas de Lampedusa, los cayucos que cruzan el estrecho de Gibraltar para llegar a España, las balsas improvisadas de venezolanos que se hunden en el Caribe, los migrantes sirios, afganos y eritreos que suben a los camiones y embarcaciones en Calais para llegar al Reino Unido, el tren de carga con miles de migrantes centroamericanos colgados hasta alcanzar la frontera: transportes masivos de personas desesperadas por huir. Un solo gran relato que entraña la máxima del migrante, esa que cumple como destino y motivación en todos los pasos fronterizos de la tierra: cualquier huida es mejor que el infierno conocido. Irse, aun a todo riesgo, es la única apuesta contra la muerte segura. Muerte programada, muerte multiforme que acecha con cara de catástrofe natural, de pandilla urbana, de violencia intrafamiliar, de Estado tiránico, de guerra civil, de destrucción de futuro. Se va quien no puede quedarse, se va quien es expulsado de todas las formas posibles. Son los forasteros constantes. Los viajeros del despojo, los siempre desterrados, los residuos humanos que van, vienen, desaparecen sin dejar rastro. Cuerpos sin documentos: cuerpos que no existen.

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Zygmunt Bauman:

«Los refugiados, residuos humanos de la zona fronteriza global, son “la encarnación de los forasteros”, los forasteros absolutos, forasteros en todas partes y fuera del lugar en todas partes salvo en lugares que están ellos mismos fuera de lugar: los “lugares en ninguna parte” que no aparecen en ninguno de los mapas usados en sus viajes por los seres humanos normales y corrientes». [3]

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Si subirse al Tren de la Muerte supone poner en peligro la integridad del cuerpo -agresiones sexuales, torturas, secuestros, mutilaciones y heridas ocasionadas por los mismos trenes son, para muchos, los costos esperados del viaje-, algo de lo humano queda también amputado al final del trayecto. En los techos metálicos hay maleantes y viajeros, secuestradores y emigrados, todos mezclados en una masa humana indiferenciable para los ojos ligeros. Abajo, al lado de los rieles o detrás del monte, las maras, el narcotráfico, la migra: todos prestos a cumplir sus propósitos sobre los cuerpos de otros: todos haciendo de bestia a la vez.

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Piedras Negras, Nuevo Laredo, Matamoros, Nogales, Ciudad Juárez, Tijuana, Mexicali: hoy, a los más de tres mil kilómetros de frontera sur de Estados Unidos, se suman los más de mil de la frontera de México con Guatemala y Belice. El famoso muro no es solo ese remiendo de vallas, barras metálicas y cuerpos de concreto que “protege” unos pocos tramos de la región fronteriza. El muro es institucional, económico, militar, mediático. Las detenciones masivas de migrantes indocumentados en Estados Unidos, la expiración del Estatus de Protección Temporal (que pondría en peligro de deportación a centenares de miles de salvadoreños, hondureños y nicaragüenses que han vivido por décadas como ciudadanos plenamente integrados a la sociedad estadounidense), la separación de familias de inmigrantes, los intentos de restricción de acceso al asilo con argucias jurídicas[4], hablan de una voluntad antimigratoria con un único objetivo: cerrar los accesos ante la “amenaza” de los indeseables.

La Bestia, a esas alturas, no parece solo una máquina, sino toda una narrativa articulada de anulación de migrantes. A la dureza y los peligros del camino se le suma la lógica moderna de las fronteras y los muros. La ductilidad de las materias que separan a los buenos de los despreciables.

¿Cuándo, entonces, termina el viaje? ¿Cuándo el migrante, realmente, se baja de La Bestia?

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Hannah Arendt:

«Al perder nuestro hogar perdimos nuestra familiaridad con la vida cotidiana. Al perder nuestra profesión perdimos nuestra confianza en ser de alguna manera útiles en este mundo. Al perder nuestra lengua perdimos la naturalidad de nuestras reacciones, la sencillez de nuestros gestos y la expresión espontánea de nuestros sentimientos»[5].

Se refería, en contextos que se tocan en sus puntos más íntimos, de la carga pesada del desplazado sin nombre: la expulsión de su origen, la maniobra difícil de la nacionalidad, la condena de ser anónimo. Separados de sus suelos, desprovistos de los acuerdos simbólicos que les dieron marcos -aunque rotos- a sus vidas pasadas, viajan en y hacia la periferia de lo humano. Como los antiguos refugiados judíos, más tarde afganos y ruandeses, hoy sirios, eritreos, venezolanos, los migrantes centroamericanos son empujados a existir dentro y fuera al mismo tiempo. Es tomar por la fuerza el hábito de vivir de intersecciones -drama común de migrantes, refugiados y extranjeros-; es, como dijo Iain Chambers, toparse con los lenguajes de la impotencia y las posibilidades de otros futuros, sugerentes, inciertos, heterotópicos. [6]

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San Diego, Los Ángeles, Nogales, El Paso, Laredo, Houston, San Antonio: ciudades donde el “Sueño Americano” se derrite y se muestran las próximas estaciones del tren: deportaciones, trabajos inestables, persecución del Estado, xenofobia, aporofobia, criminalización, rechazo cotidiano. Si cruza la frontera con el cuerpo intacto, no lo hará así su vida ciudadana. El indocumentado será, de muchas formas, un ausente. Otro amputado social.

Welcome to the US, dice la valla que anuncia una victoria. La Bestia quedó atrás, pero el camino sigue tanto o más largo que al inicio. Quedan muchas amenazas, ahora frente a la mirada de los otros. El viaje es severo. Todavía hay mucha piel muerta por mudar. Frente a las fronteras, dice el migrante, todo es huida y también es huida de la huida.


[1] Antes de pasar la frontera. Poesía de migrantes centroamericanos. Círculo de poesía, 2013.

[2] Humberto Márquez Covarrubias. No vale nada la vida: éxodo y criminalización de migrantes centroamericanos en México. Migración y desarrollo, 13(25), 151-173, 2015.

[3] Zygmunt Bauman, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias.

[4] Human Rights Watch. Informe Mundial 2019. Capítulo: Estados Unidos. Eventos de 2018. Disponible en: https://www.hrw.org/es/world-report/2019/country-chapters/325596

[5] Hannah Arendt. Nosotros, los refugiados.

[6] Iain Chambers. Migración, cultura, identidad.