Miguel Marcotrigiano (poeta, profesor de la UCAB) y yo estamos a mano. La semana anterior a la presentación de mi libro en el Festival de la Lectura Chacao me invitó a participar en un foro sobre la nueva poesía venezolana. Yo iba a hablar sobre cuatro poetas larenses, para leer después mis poemas en un encuentro con los estudiantes de letras de La Católica. Pero un fuerte malestar estomacal me impidió viajar a Caracas y, en representación mía, le envié un texto fragmentado e incompleto donde daba mi modesta visión de la obra de aquellos cuatro poetas de mi generación. Algo parecido ocurrió con Marcotrigiano: un ataque de fiebre lo tumbó en cama y, en representación suya, me envió por whatsaap una versión provisional de sus palabras. Esas, articuladas luego en una reseña crítica acuciosa y estimulante, salió publicada en el portal de literatura QuéLeer. Con el permiso de ellos (todos amigos, por fortuna) copio y pego el texto para los que transitan por este blog.
La lectura de un libro de poesía –que no un poemario– siempre precisa del conocimiento del resto de la producción del autor. Tal como el poema adquiere una significación más completa al estar en conocimiento del todo al que pertenece, el libro se resemantiza si uno conoce la bibliografía del poeta. El sentido parece adquirir nuevos matices bajo los haces de luz que producen el resto de los signos del sintagma. Cada poema y cada libro constituyen signos que adquieren nuevas significaciones al entrechocarse entre sí, como diría Mallarmé acerca de las palabras. De igual forma que es imposible conocer a una persona por un solo acto, la poesía de un autor se percibirá al trasluz con la lectura de uno solo de sus libros.
En ese sentido, la lectura íngrima de Al otro lado de la vía oscura (Ediciones del Movimiento, Maracaibo, 2015), del poeta barquisimetano Zakarías Zafra, nos deja en la semi penumbra, en el juego de sombras y luces que se anuncia en el título. El código, personalísimo, se despliega a lo largo de veinticinco textos, que van desde la línea poética (pues no es correcto hablar de verso acá) a la expresión en prosa. Las oscuridades ganan terreno con una diagramación que parece obedecer al capricho, a veces del autor, en oportunidades del diseñador.
La temática es imprecisa para quien lee. Hay pocas pistas que permitan rastrear el asunto, incluso en una lectura paradigmática. La voz que habla en los textos va de un lado a otro de la vía en penumbras que constituye la poesía, cruza de una a otra orilla vertida en un lenguaje elusivo, inaprehensible, extraño. Es claro que el lenguaje poético surge como código cuando la lengua común no alcanza para significar y, por tanto, es un error común tratar de desentrañar un significado. La poesía nace para ser sentida más que entendida, por lo menos a partir de la Modernidad lírica. No es importante la anécdota, aun cuando exista, así sea en la zona penumbrosa que el autor real intenta mostrar.
Apenas se percibe la presencia de una voz que trasiega su esencia, o la hereda de otro (¿el padre de la dedicatoria?), cuando va de un texto al siguiente. La otredad, precisamente, juega papel fundamental para aquellos que insistan en decodificar el poema. La sombra, el lado oscuro de la vía, forma parte indivisible de esa voz que a veces se niega a dejar que se le arrebate, que protege con evidente celo de quien desee arrebatársela. El tú al que se refiere el hablante se espejea en este, se deja entrever a través del velo que ofrece la mirada turbia, del fugaz paso de la luz.
Vale la pena acercarse a esta experiencia que ofrece Zafra. El lenguaje es indudablemente poético y cuidado. Las sombras no siempre están cargadas de significaciones negativas. Poesía que se resiste a una fácil interpretación, que precisa de los territorios iluminados por la anécdota, esta de Zakarías Zafra, es apenas una muestra de las posibilidades que promete la lírica de este autor larense de las últimas promociones literarias.
Acá pueden leer la reseña crítica en su contexto orginal