Sábado, 27 de junio
Hoy ha llovido todo el día en Barquisimeto. Le prometí visita a un amigo de la infancia, pero no salí de la casa. Hablé poco. Fue un día normal, excesivamente tranquilo. Ocupé la mañana en la reescritura de una serie de poemas breves que pretendo compilar en un libro. Un fragmento borroso me dio batalla hasta mediodía:

Interrumpí la escritura para almorzar y no regresé en todo el día. Junté la tarde con la noche en un furor reflexivo de lectura. Ahora son las 10:24 p.m. y el cuerpo solitario favorece algunas conductas. Empiezo a ver la ausencia de María Fernanda de otro modo. Escribo en Twitter:
Uno no solo piensa al otro: lo restablece,
en un intento de hacer más liviano el ejercicio –nuevo en mí– de la soledad.
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Domingo, 28 de junio
Mamá y yo solemos conversar mucho, aunque los dos somos de poco hablar. Si hay alguien en quien yo pudiera advertir una profunda afinidad espiritual, sería con ella. Hablamos del país, de Dios (ella es teóloga, aunque prefiera llamarse catequista parroquial), de mis cosas y de las suyas, de la familia, de música, de las injusticias del mundo. La conversación es casi siempre perfecta.
Hoy hablamos de los Sioux, de los Cherokee, de la muerte de Sitting Bull. No sé cómo llegamos ahí, pero ese desorden, como muchas otras veces, nos llenó de enlaces y hallazgos abundantes. Le mostré el espléndido Deseo de ser piel roja de Panero–que meses atrás escuché de la voz de Freddy Castillo en su casa–, le leí algo de Montejo (le gustó mucho) y recordamos fugazmente a Armando Rojas Guardia y toda su vivencia religiosa de la fe y la poesía, que a mamá le agrada tanto.
Pasé buena parte de la mañana hurgando en la biblioteca. Quería algo de Milosz y de Szymborzka, pero no conseguí nada. El nuevo orden, ahora inabarcable, me demostró que mi abuelo, al morir, se llevó también el secreto de su funcionamiento. Conseguí, sí, una antología de Palomares que una amiga cantante me regaló años atrás, y me hice la tarde con esta estrofa:
“Mi amor es un país
que yo arrojé al futuro
como una rama de violencia”.
Del resto del día me quedó esta reflexión, luego de conversar por Skype con María Fernanda, ya establecida en un hotel de Grecia:
“Amo a la persona como amo a la poesía: no porque la conozco, no porque poseyéndola pretendí transformarla, sino porque le di paso a lo más grave de mi temblor cotidiano”.
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Domingo, 5 de julio
Tengo días sin escribir. Las últimas noches las he pasado trabajando en un poemario que se me escapa de las manos y me ridiculiza. Lo que a ciertas horas concibo como el perfume perfecto, a la mañana siguiente me parece una enorme vergüenza.
Tengo poca confianza en mi poesía durante el día. En la noche, quién sabe si por cansancio o por un residuo de esperanza que se me da por sacudida, creo en lo que escribo.
Pero habrá que darle la cara otra vez al amanecer, me digo, y persisto.
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Viernes, 10 de julio
No tengo nada que contar.
Llegar tarde al trabajo, soportar, almorzar en casa, cerrar los ojos 15 minutos, correr en la moto, reuniones, reuniones, racionamientos de luz, cena, engordar, extrañar, escribir (mal), trasnocharme, leer, luchar con la escritura, quedarme dormido, llegar tarde al trabajo.
Me siento constantemente cerca de la equivocación. Quién sabe si para apaciguarme o para sostener un ego necio e inestable, juego a la diferencia, al desplazamiento astuto de la identidad: si estoy en la política, soy escritor, si estoy entre escritores, soy músico, si estoy entre músicos, hago deslumbrantes análisis políticos. A veces se me ocurre inventarme un heterónimo que le rinda cuentas a mi voracidad antiartística. Quiero un oficio que me lleve a eso, que me niegue desde afuera, que me deje ser (escribir) tranquilo y esperando menos.
Hoy releí los dichos de Cadenas (la vida como misterio, como búsqueda, como él la concibe, debería ser mi promesa), visité algunos poemas de Storey Richardson y volví a Cadenas. A esta hora pretendo hacer una lectura doble de Amante y El arte de amar, de Fromm, y de ahí sacar un texto. Trato con esto llegar a la médula del misterio del amor y
-NO-
Paja. Trato con esto quedarme tranquilo, detener las masturbaciones y esperar que alguien me lea y me aplauda.
No sé, pero estoy terriblemente fastidiado.
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Martes, 11 de agosto
Hoy me quise robar el día para amarla. Me perdí en ella, me sumergí, me rehice en su cuerpo, me sentí insólitamente descubierto, explorado. Nos amamos, lo sé. Nos amamos locamente, con inquietud, con hambre, con artificios y franquezas, con desnudez, con absoluto desquicio. Somos amantes.
Al verla en la cama, sudada, expandida, llena de esos estallidos de chocolate en los poros, pienso que vivir esta pasión tan inmensa, tan inasible, tan imprevista, tiene que ser una fortuna. Esta dicha, que nos desgasta y nos reedifica, que se aparta del tiempo y se construye sola, tiene que ser un premio. Ella y yo somos el mundo. Nos encerramos para que todo baste. Y no hay medidas ni longitudes ni duraciones. Todo deja de ocurrir.
Al final del día escribí:
No hay diluvio que me arrincone. Sobre el cuerpo amado pongo un astro, un oráculo, una bandera.
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Lunes, 21 de septiembre
Anoche entraron a robar mi casa. Se llevaron mi piano, mi computadora portátil con toda mi obra desde que empecé a escribir, mi colección de pipas (las había de Haití, Rio de Janeiro, Cuyagua, Buenos Aires), las espadas de mi abuelo, mi guitarra, mi cuatro y mi Game Boy de 1990.
Se llevaron todo.
Se cagaron mi sustancia.
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Lunes, 28 de septiembre
Son las 11:07 p.m. Más de cuatro horas sin luz. Patria salvaje. Oscuridad y derrumbe me viene a la mente.
No tengo más palabras.
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Viernes, 30 de octubre
Hoy, para variar, estoy profundamente triste. He pasado varios días en silencio. A veces tengo una reacción espasmódica: me río, bailo, pretendo que nada de esto me importa. A veces escapo e intento encontrarme en un otro que fui, en un otro que me quede. Ella y yo estamos separados ahora. No puedo siquiera nombrarla por temor al escándalo que hace su nombre en mi pretendido silencio.
Debo ahora ser el desecho, el escombro que aprenda a despertarse y a edificarse de nuevo.
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Miércoles, 18 de noviembre
Hoy comienzo un viaje. Me despido de mí, sabiamente.
6:20 p.m. Estoy suspendido en una cama, arropado, adelantando una larga terapia de abandono y recomposición. Estoy curando heridas, aprendiendo a respirar sin asistencia. Ya soporto un poco más el dolor de mis laceraciones.
Voy al baño, como a ciertas horas, recibo pocas visitas. A mi lado está mi madre y una amiga que, una vez más, me acompaña y me suma a otra de sus historias de mí. Suena el teléfono a veces. Creo que van a llamarme, que van a darme la buena noticia de mi sanación, pero presiento, por la profundidad de las heridas, por lo inesperado de las grietas, que esta será una extensa temporada de aislamiento, de preguntas flotando en el vacío, de sonidos estables y signos (¿vitales?) bajo mi propio control.
Jamás he creído en la escritura terapéutica. De hecho escribir, para mí, representa un agudo malestar que solo se distrae con el resultado estético del texto. Sin embargo esta “ilustración clínica” de mi tristeza me está ayudando en algo.
Todos los días me sano. Todos los días me renuncio.
(Barquisimeto, 2015)
@zakariaszafra