La urgencia nos quita espacios de la mirada. Distraernos, quizá, para ser testigos de lo perdurable. Recibir la ofrenda del día: admirar lo esencial de la lentitud.

 

Dolores remotos, segundos imitando abismos, memorias que arrastran eternidades: todo lo que hay de atemporal en las heridas.

 

La verticalidad del tiempo: el vértigo del día vivido.

 

Somos cadenas, traspasos, continuidades. Sumas de lo momentáneo.

 

Sin palabras somos futuros mudos, fichas obedientes, legión de marionetas desilusionadas.

 

El futuro: ese lugar enunciativo, ese espejismo de palabra, esa recreación psíquica, ese próximo después de la memoria, esa víctima de las aspiraciones, ese labrador que cayó cansado, ese que guarda tantas versiones de nosotros, ese animal de la decepción.

 

El hombre de los lejanísimos años, el distante de sí, el aquel perdido.

 

Lo remoto de las cosas, lo callado haciendo guiños a lo lejano: el encuentro del hombre y su su olvido: lo oculto de lo que se deja atrás.

 

Somos ojos en caída libre, miradas con memoria corta.

 

Lengua y cuerpo, memoria y palabra: lugares de resistencia.

 

Pudo haber sido antes, quizás en los tiempos en que el nunca reinaba. El silencio corresponde a las intuiciones: nosotros ya estuvimos aquí.

 

¿Quién ha sobrepasado este temblor? ¿A quién le pertenece esta grieta común del tiempo?


Este grupo de aforismos y poemínimos salió publicado por primera vez en Verbigracia, el suplemento cultural del diario El Universal. Pueden leerlo en su contexto original aquí.