Le soleil rayonnait sur cette pourriture,
Comme afin de la cuire à point,
Et de rendre au centuple à la grande Nature
Tout ce qu’ensemble elle avait joint
Baudelaire

olorparis

Prélude

 

El olor de París es bárbaro, violento, soberano.

El olor de París persigue, acecha, gana cuerpos.

El olor de París es una trampa de postales y películas.

El olor de parís es un guía turístico a tiempo completo.

Primera: Le Métro

[Nation-Châtelet-Cité-Port Pantin]

El metro de París es un inframundo olfativo, una ciudad hacinada que deja dos caminos al viajero: callar o respirar por la boca. El calor de los vagones cocina los cuerpos, tatuándolos en los vidrios. Cada estación es un ensayo de resistencia. Un laboratorio de otredad.

Un perfume repetido se transporta a las Tullerías y al Palacio de los Inválidos. El mismo aroma de la sala egipcia del Louvre y del funicular de Montmartre. Todos nos miramos buscando a los culpables, pretendiendo transferir la condena al desconocido, pero el olor de París es un monumento público.

Un souvenir epidérmico.

metroparis

Segunda: Barbès-Rochechouart

Visto ahora y con más proximidades que las geográficas, Süskind hizo más que darle un tratamiento literario a las provocaciones del olfato. Su interés no estaba en la fetidez de los suburbios parisinos (tema gastado en libros y musicales), sino en la pestilencia de los cuerpos. En la locura del perfume. En la agresión sensorial.

En Barbès-Rochechouart[1] el hedor es una curiosidad turística, una peculiaridad no solo atribuible a efectos ambientales. El olor acá y en todo París es más. Es un tema ontológico. Es una decisión y una conducta. Los cuerpos huelen a lo que son (y a lo que quieren ser).

[Jamás habría entendido mejor el significado del baño francés].

***

Otra, sin ser tercera

Los turistas sin dinero estamos condenados a distanciarnos de la Place Vendôme o de los Champs Elysées, lugares que conjugan las maravillas del perfume en un ilusionismo salvaje. Chanel, Givenchy, J.P. Gaultier… Lo que no se consigue en las vitrinas difícilmente existe en el mundo (París entra primero por la nariz que por los ojos: “¡Qué maravilla para un perfumista!”, dirá Cyrano). Pero París sabe resolver muy bien sus paradojas.

No es la ciudad de los perfumes: es la capital de los olores.

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[Une petit ñapa: Aéroport Charles de Gaulle]

Canta Lamartine:

Alma mía, reposa en este último asilo

como lo hace un viajero que camina con fe,

que se sienta a las puertas de la nueva ciudad

y respira un instante el perfume del véspero.

14:20. El olor de París violenta los poros hasta poseerlos. Me huelo los brazos, el cuello, la chaqueta. París es un recuerdo olfativo. Una fascinación que permanece en la piel y en las maletas. Aún me quedan Londres, Berlín, Roma, Barcelona. Sé que será difícil exorcizar las prendas. Esto no es una cuestión de detergentes.

Cierro la ventanilla del avión. Los audífonos me sorprenden con Galliano y Ravel. La ciudad que dejo regresa a la idealización.

París debe ser amada como la halitosis en el noviazgo, como el pariente transpirado, como las axilas inocentes que se acercan ofreciéndonos triunfos.

Cualquier otra cosa sería artificial. Un falso ensayo de perfume.

[15:00. Jean-Baptiste Grenouille abandona París con su frasco de Perfumes Factory].

Zakarías Zafra Fernández

@zakariaszafra

2013


[1] Barbès-Rochechouart es un sector lleno de hortalizas pisadas, bolsas de basura y tiendas de telefonía móvil. Una hediondez constante, sostenida, histórica, divide las aceras. Es un olor inolvidable. “El olor de la nada, un tufo de absurdo, el estiércol de la muerte total”, escribiría Artaud. Una verdadera periferia dentro de los sueños olfativos de París.